Sudarios

por Ileana Diéguez
Doctora en letras con estancia  posdoctoral en Historia del arte. UNAM.

“Vestigio material del rumor de los muertos”

Didi-Huberman

Los discursos en torno a las sublimaciones de la corporalidad, generalmente han priorizado enfoques desde el erotismo, el éxtasis o la santidad. Un tratamiento especial ha tenido la representación de la corporalidad sometida  al martirio, donde el sufrimiento corporal nunca tiene lugar en los rostros trascendidos o en éxtasis de los sufrientes que pierden u ofrendan una parte del cuerpo para ganar el amor de Dios. La distinción entre cuerpo y rostro ha prevalecido en la tradición iconográfica del martirio cristiano, “con su asombrosa escisión entre lo que se inscribe en el rostro y lo que le sucede al cuerpo” (Sontag,  Las metáforas de la enfermedad), como si mantener el rostro al margen de las atrocidades que vive el cuerpo garantizara mayor dignidad a la persona. El cuerpo es el lugar del pathos y el dolor, el lugar por excelencia para la producción de martirios y la materia predilecta para la ofrenda sacrificial. Un rostro surcado por el dolor podría entrar en disputa con ciertos códigos estéticos que exaltan la serenidad y la belleza, pues ancla lo representado en territorios terrenales, lo deja caer desde las alturas donde se instala la trascendencia estética perpetuada por cierta noción de belleza.

Erika Diettes parece haber actuado a contrapelo de estas legitimaciones. La serie de rostros que integran los veinte Sudarios impresos en seda, no dejan lugar a dudas sobre la experiencia dolorosa que los surca. Aparentemente cercanos a la representación extática – y erótica- de la experiencia mística –el éxtasis de Santa Teresa, por ejemplo-, en ellos se consuma la sublimación del dolor. Dolor por la pérdida y no la ganancia de un ser querido.

Sublimar el dolor no es representarlo, sino hacerlo trascender en una imagen. Pero la experiencia dolorosa no puede ser representada en ninguna imagen, apenas evocada o alegorizada ¿Cuál podría ser la forma corporal del dolor? ¿Cuáles podrían ser  los trazos gestuales del dolor que sobrevivan en las imágenes? Toda imagen que busque aproximarnos al sufrimiento nunca es sólo una invitación a la contemplación de una elaborada técnica estética, porque sobre todo en ellas se condensa la huella de una experiencia antropológica, como ha señalado Sofsky (Tratado sobre la violencia) en sus análisis sobre el sufrimiento y el miedo.

Los Sudarios elaborados  por Diettes son la cristalización de una huella, de una herida que transformó irreversiblemente la vida de las personas retratadas; la instantánea trascendental de golpes de dolor. Pero a diferencia de la transustanciación mística que garantiza el martirio cristiano, la experiencia que tras esas imágenes se ha consumado es la de  haber sido testigos del horror, de la pérdida violenta y tortuosa de seres amados, sentenciados y obligados a morir por voluntad y ejercicio de otros.

Un sudario es un manto funerario, el lienzo que amortaja el cuerpo del difunto, pero es también aquel tejido que una vez  puesto en contacto con el rostro se ha impregnado de él, deviniendo impregnación fantasmática del cuerpo en retirada, huella que actúa como principio fotográfico. De cierta manera, buena parte de la obra de esta artista podría percibirse como el tejido de un extenso y entrañable sudario, con el que desearía poder amortajar, consagrar, despedir y dar  tumba a los cuerpos sin descanso.

Fotógrafa de rostros, del ánima que los habita, Erika Diettes logra retener en sus imágenes ese instante en que el duelo se cristaliza en los rostros. Si la fotografía está técnicamente ligada a la muerte de los sujetos y objetos que para trascender el tiempo deben ser reducidos a fantasmas de luz; las fotografías realizadas por Diettes –también Silencios, Río Abajo, A punta de sangre- tienen un doble registro fantasmal: ellas son alegorías de otros cuerpos, de la experiencia fúnebre que atraviesa la imagen, “vestigio material del rumor de los muertos” (Didi-Huberman, La imagen superviviente).

Mucho más que sublimados objetos para la contemplación estética, estos mantos nos remontan a otras escenas, como si murmuraran que el dolor real y la verdadera tragedia nunca tienen lugar en el arte. Sobre esto nos advirtió Derrida (El Sacrificio): “¿Es la tragedia el bello canto que acompañaba el sacrificio ritual de un chivo en las fiestas de Dionysos, o es el canto atroz de ese chivo en el momento en que el arma lo atravesaba?”. Ese canto atroz que ninguna palabra podría condensar es la agonía que exhalan estos Sudarios.


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