Erika Diettes

 Oratorio


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Oratorio

obra en proceso 

 

Una de las grandes tragedias de la desaparición forzada es que los familiares quedan atrapados en un duelo suspendido: se ven obligados, por amor y lealtad a sus seres queridos, a guardar la esperanza de un posible retorno, pero, con ello, cargan con el inmenso dolor de la incertidumbre. La ausencia de restos, la imposibilidad de dar sepultura al ser querido y de no tener un lugar para llorarlo hacen que la desaparición sea uno de los crímenes más atroces de la humanidad (Sánchez, 2014) que, además, interrumpe los rituales de paso ─el entierro─ y dilata el tiempo mismo del duelo, todos estos, recursos emocionales, humanos, culturales y espirituales que, de acuerdo a las creencias personales y compartidas en comunidad, posibilitan el cierre simbólico de un ciclo de vida que ha concluido.

     Podríamos afirmar que tras la muerte de un ser querido siempre queda la impresión de que algo quedó pendiente. Es por ello que, los dolientes propician diálogos e interacciones con el ausente, más aún cuando hablamos de casos de desaparición forzada, donde se prolongan, en la cotidianidad, esos intercambios que quedaron suspendidos abruptamente, sin cierre alguno. Sin embargo, es preciso reconocer que, aunque este modo de actuar está arraigado en el proceso de duelo, es, también, profundamente vital, porque da cuenta de la continuidad de la vida a pesar de la ausencia e, incluso, en medio de ella. No obstante, es sumamente desgarrador en el caso de la desaparición forzada, porque la prolongación de estas interacciones en un tiempo indefinido no posibilita la aceptación de la muerte que sí propicia la certeza de la defunción como tal, que solo se da a través de la presencia de los restos mortales: del cuerpo.

     Es así como he conocido testimonios de madres que siguen sirviendo, todos los días, el plato de comida de su hijo desaparecido hace ya diez años “por si el niño regresa hoy”. Otra madre juró nunca volver a brindar en su cumpleaños con ninguno de sus otros hijos porque el brindis que ella quiere hacer es con sus dos hijos desaparecidos; ella guarda las copas y el día de sus cumpleaños alista todo para esa posible celebración, que no va a suceder. Buena parte de estos rituales que prolongan la esperanza se mantienen en secreto, puesto que las familias y entornos cercanos de los dolientes no validan dicha conducta, lo que hace del duelo suspendido un acto sumamente solitario, donde el único interlocutor posible es el mismo ausente; conducta que termina por aplazar y relegar el resto de la vida y relaciones del doliente a un segundo plano. 

     En este sentido, Oratorio se alza como un umbral, un espacio de transito necesario para que, en él, los dolientes puedan habitar esas ausencias y obrar con dignidad y solemnidad las acciones propias de este duelo suspendido. En consecuencia, este se plantea como un lugar, que, si bien es similar al cementerio o al osario, no puede edificarse de la misma manera porque, al contrario de estos, siempre estará incompleto ante la ausencia de los despojos mortales. Su estructura no puede ser concreta, maciza porque no alberga cuerpos sino imágenes y palabras, y, antes bien, busca traducir, a través de su arquitectura abierta y a través de elementos como la translucidez, el concepto del duelo suspendido que se atraviesa de manera indefinida, no se cierra ni se abre, no tiene puertas que puedan delimitar el luto. A su vez, sus líneas, que se alzan hacia el cielo, elaboran el gesto de elevar el deseo y las oraciones de los dolientes.

     A través las obras anteriores, se ha podido reconocer cómo los dolientes, e incluso el público en general, interactúan con los objetos, en unas atmósferas que han propiciado acciones muy cercanas a la contemplación, a la oración, a la reverencia, a lo sagrado, al silencio, al llanto, actitudes en las que ha constatado la relevancia del espacio en sí mismo para posibilitar la libertad de la expresión del duelo. Es por ello que Oratorio busca ser una obra que, dando respuesta a esa necesidad, se pueda habitar y recorrer con todos los sentidos, integrando la experiencia visual con el olfato, el tacto y el sonido.        

     De acuerdo a lo anterior, y no menos importante, es la zona de emplazamiento del mismo. En este punto, vale la pena mencionar que Oratorio tendrá dos versiones, una in situ y otra itinerante. La versión de Oratorio in situ tendrá su casa en El Sosiego, una finca en La Unión, Antioquia, territorio en el cual se han desarrollado las anteriores obras, de la mano de las víctimas del conflicto armado colombiano. El Sosiego, así mismo, tiene su propia historia, puesto que nació como un lugar con doble propósito, de funcionar como taller en territorio, pero también como un espacio de sanación que estaría al frente de Nadis Londoño, trabajadora social y amiga que, desde sus inicios, acompañó todos los procesos creativos, prestando apoyo psicosocial a los dolientes participantes de las obras, hasta su deceso en 2022.

     Con la idea de mantener vivo el propósito de El Sosiego, y honrando la memoria de Londoño y su aspiración de impulsar este espacio como un lugar sanador en el que se pudiera acoger a los dolientes del conflicto armado en Colombia, la localización de la versión in situ de Oratorio será allí. Por otro lado, la versión itinerante será una estructura autoportante que funcionará como un eco de la obra in situ, de manera que se pueda montar en otros espacios y replicar su mensaje en diferentes ciudades y países. 

Estructura arquitectónica abierta, compuesta por piezas de vidrio marmolado intervenidas con fotografía digital y grabado. La obra in situ estará emplazada permanentemente mientras que su versión itinerante será una estructura autoportante y desmontable. 

Ambas versiones de la obra, tanto la in situ como la itinerante constarán de dos elementos esenciales: cartas de dolientes grabadas en vidrio marmolado, con una medida de 21.6 cm * 27.9 cm; y fotografías de objetos impresas en vidrio marmolado, con una medida de 50 cm * 50 cm.

La obra in situ estará ubicada en un espacio vivo y orgánico, intervenido con plantas de colores que aluden al luto y a la sanación, en la Unión, Antioquia. 

 
 

 

 
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