Río Abajo

por Miguel González
Curador Museo de Arte Moderno la Tertulia

Este segundo proyecto serial de Erika Diettes se localiza igualmente en un drama humano como hecho protagónico. Esta vez aludiendo a las víctimas del conflicto colombiano. En el conjunto anterior, de 2005, su lente se había concentrado en sobrevivientes del holocausto judío producido en la Segunda Guerra Mundial. Se escogieron veintinueve personas a las cuales se les hizo fotografías en primer plano de sus caras y manos o brazos, igualmente se obtuvieron manuscritos de los retratados. Su propuesta abarcó el testimonio, la memoria, la historia y el poder de la imagen como recursos que se entrelazaron y patentaron un hecho conmovedor. Los rostros ofrecían su mirada y a la vez eran percibidos por la visión y reflexión del contemplador, en esa dialéctica se hizo presente toda la intención y el juicio que acompañó la totalidad de la propuesta. Estos sobrevivientes de los campos de concentración nazi todos emigraron a Colombia y rehicieron sus vidas aquí. La artista realizó su exhibición itinerante por distintos escenarios que aún continúa en circulación y la acompañó de un libro. Al trabajo investigativo y resultado final lo llamó Silencios. Su idea de la violencia moral, la reanimación de la vida y la visibilidad de la víctima real es un señalamiento y una reivindicación de un hecho trágico. Los estudios culturales como referentes argumentales de la fotografía, un ejercicio creativo capaz de producir significados y significantes.

La más reciente producción de Erika Diettes es el resultado también de una investigación y de un trabajo de campo. Incluye un recorrido real por la geografía de la violencia rural y urbana de Colombia, buscando y encontrando las víctimas de la guerra e indagando en los recuerdos. Su estrategia se concentró en detectar personas con una experiencia directa con el duelo provocado por la muerte o desaparición de seres queridos. Logró conocerlos, visitarlos y entrevistarlos. Así mismo los persuadió para que ellos se desprendieran temporalmente de una prenda de la víctima para que ésta fuera fotografiada.

Una manera de recordar y preservar la memoria de los seres ausentes es guardando objetos, fotografías y vestidos de los que ya no están. Ese recurso es una manera de mantener viva una esperanza, de luchar contra el olvido, de ritualizar la experiencia de la muerte y de restituir un cuerpo no presente.

El conflicto colombiano es muy complejo y diverso. Entre los protagonistas encontramos a los integrantes de la guerrilla con dos grupos visibles, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (E.L.N.), así mismo las organizaciones paramilitares, las fuerzas defensivas y represivas del Estado y la delincuencia común, todos protagonistas de una guerra sangrienta y degradada que ha conformado un tejido humano con uno de los mayores índices de desplazamiento forzado en la sociedad contemporánea. La producción de drogas no sólo ha permeado los distintos grupos antes mencionados sino que han permitido también organizaciones especializadas o mafias que dinamizan las fracturas de un país en estado crítico. La violencia y la muerte es la mayor tradición reciente de la historia cultural en la nación. Es lógico entonces que muchos de los artistas del país hayan trabajado y sigan indagando sobre este tema candente. Es una dirección inevitable que busca sensibilizar, denunciar y testimoniar para ir construyendo no sólo memoria sino formas de indemnización que vayan más allá de lo simbólico y lo solidario.

Una de las formas de evasión que se propician con las víctimas es el abandono de los cuerpos en los grandes ríos y los mares del país. Ese destino fluvial es una forma de quitarle identidad a los muertos y también una manera de atomizar los tabulados que se puedan hacer sobre los mismos. Es un esfuerzo por borrar los hechos y dejar a la corriente la desintegración de los testimonios del delito. Entonces el agua se convierte en un escenario macabro dislocando todos sus significados que la señalan como fuente de vida, vehículo de prosperidad, garantía de subsistencia y agente de fecundidad. Al negar estas características los torrentes caudalosos se convierten en agentes de impunidad y en paisajes macabros que hacen circular la muerte.

Igual que en la serie Silencios, los trabajos de Rio Abajo, carecen de dramatizaciones innecesarias y de efectos falsamente conmovedores. Se concentra esta vez en lo pertinente de los objetos y en el agua como escenario propio. Las prendas flotan en el agua móvil y se ofrecen como callados testimonios de un gran naufragio. Las imágenes se potencian ofreciendo no solo su presencia como elementos de una cotidianidad y uso, sino evocando la ausencia de sus antiguos dueños y que ahora ya no las pueden utilizar.

Erika Diettes elabora una puesta en escena con el gran recipiente de agua, las luces que iluminan el objetivo y una sola prenda buscada, encontrada y seleccionada. Este ejercicio simula la catástrofe del antiguo usuario mediante la pérdida de su existencia e identidad, la desaparición de su cuerpo y al mismo tiempo aboga por la presencia de su recuerdo y la recuperación de su nombre para el inventario macabro. Para subrayar la fragilidad de la vida y de la imagen misma que la fotografía enseña, ella decidió imprimir los resultados sobre grandes vidrios que sirven de soportes traslúcidos. Aunque las obras son objetos individuales y están resueltos con esa intención, cada trabajo parece complementarse con los otros. Todo el conjunto por su número y variedad constituye y ostenta una inusitada contundencia que lo hace poderoso y necesariamente conmovedor.

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